Es de público conocimiento que la pandemia ha causado estragos en la educación de miles de niños y jóvenes en Chile, aunque algunos plantean que este fenómeno no ha hecho sino evidenciar la desigualdad e injusticia que impera en el sistema educativo de nuestro país hace larga data.

En efecto, la pandemia ha dejado al descubierto la desigualdad en el acceso a la tecnología (aparatos y dispositivos), a la conectividad (internet) incluso a los espacios físicos de conexión como escritorios o dormitorios, y es que si otra cosa ha hecho esta pandemia es poner en la palestra el hacinamiento que afecta a miles hogares de nuestro país.

Expuesto lo anterior, es mucho lo que podríamos investigar, escribir y proponer respecto de los problemas y desafíos del sistema educativo en general, pero en esta columna pretendemos poner atención especialmente a la educación de adultos y sus desafíos en este contexto pandémico, y es que, si ya la educación de adultos era invisibilizada, hoy parece no tener lugar ante el incesante debate del regreso a la presencialidad de las aulas.

Para comprender la urgencia de poner en el análisis la educación de adultos y sus próximos desafíos es necesario conocer las cifras que presentó el Ministerio de Educación el pasado 5 de abril en las cuales se estima que 40 mil estudiantes no se matricularon en ningún establecimiento escolar este año, siendo mayoritariamente estudiantes de enseñanza media, si bien algunos especialistas prefieren no hablar de deserción escolar, si podríamos catalogarlo como un proceso de abandono transitorio de la escolaridad, y sabemos que se debe fundamentalmente a las condiciones de no presencialidad que ha
generado la pandemia.Ahora bien, para cruzar esta información con la modalidad de educación para jóvenes y adultos, es preciso decir que en nuestro país existen 813 establecimientos que imparten
educación para jóvenes y adultos, para dar respuesta fundamentalmente a la masa de estudiantes adolescentes que desertan del sistema educacional tradicional y a cientos de adultos que vieron truncado su proceso educativo en las edades que corresponde.

Según los datos del Centro de Estudios del Ministerio de Educación que datan del año 2019, 289.115 estudiantes desertaron del sistema educacional, proceso caracterizado mayoritariamente por hombres, de las zonas rurales de nuestro país y dependientes del modelo de educación municipal y se estima que estos datos podrían crecer exponencialmente dado el actual escenario pandémico.

La matrícula en la modalidad regular de la educación para jóvenes y adultos a marzo de 2021 era de un total de 102.103 personas: de ellos, 7.027 pertenecen a pueblos originarios, 5.824 son extranjeros y al menos unos 260 son estudiantes mayores de 71 años. Esta información da cuenta de cómo la EPJA se ha convertido en una alternativa para los adolescentes que han desertado del sistema educativo tradicional por diversos motivos, siendo algunos de ellos la temprana inserción al mundo laboral, la temprana maternidad o paternidad y situaciones de reinserción social.

Ante lo descrito, nuestra preocupación es que la EPJA deba asumir la escolaridad de aquellos jóvenes que ya están desertando del sistema escolar y que lo seguirán haciendo, en la medida que muchas familias para solventar la crisis deberán exponer a sus hijos al mundo laboral. Y para ello, esta modalidad en particular no sólo deberá acondicionarse sino fundamentalmente, ponerse desafíos modernizantes que le permitan estar a la altura de las necesidades de cientos de jóvenes que buscaran nuevas oportunidades en una sociedad que parece estar cambiando, pero que debe demostrar en la práctica cómo ofrece mecanismos para lograr efectivamente la equidad y la justicia social.

Javiera Silva Núñez
Profesora de Historia, geografía y ciencias sociales
Universidad de Santiago de Chile

Julio 2021