Por: Edgardo Alvarez Puga
Corporación ACCION COLECTIVA. Educación y Comunidad (ACEDUC)

“La Democracia es esencialmente un proyecto de convivencia”. Con este título escribía la introducción del Libro “La Escuela Sitiada” el año 2011, que aborda la incidencia de la violencia urbana en el derecho a la educación, investigación realzada junto a educadores/as del IPC de Colombia y CEP Parras de México en tiempos en que la región se alzaban movimientos estudiantiles por la defensa de la educación pública (Chile, Brasil, Colombia por mencionar algunos).

Próximo a cumplirse un mes del estallido social en Chile (18 de Octubre), esta idea adquiere significativa relevancia cuando lo que esta de fondo en la crisis chilena es el deterioro y cuestionamiento de la calidad de la democracia, la alteración de la convivencia democrática, de las instituciones que la estructuran (iglesia católica chilena dentro de las cinco iglesia en el mundo con más casos de abusos y pedofilia, iglesia evangélica en tribunales por casos de lucro y corrupción, carabinero y militares con grandiosas sumas robadas y redes de corrupción en su filas, empresarios acusados de colusión y sin penas ni sanciones, un congreso desacreditado y alejado de la realidad concreta que viven miles de chilenos) y de los actores políticos que la conforman. Chile sumando otra tensión sociopolítica en la compleja trama latinoamericana y animando esta vieja tradición de la regionalización de sus coyunturas como cuando se vivió periodos de dictaduras en cono sur, las transiciones democráticas de los mismos, el ciclo de gobiernos progresistas, el auge de gobiernos empresariales de la derecha financiera y conservadora, sumado a las actuales tensiones en Bolivia, Ecuador, Venezuela, Chile, Colombia, Centroamérica y México en su inagotable violencia, dan cuenta de una región con escenarios de alta conflictividad política y social.

El estallido social en Chile expresa el agotamiento y crisis de la democracia neoliberal, que en lo económico nos ha transformado en un país con altos grados de desigualdad social y que en lo político ha significado la constante perdida de la capacidad deliberativa de los/as ciudadanos/as y minando la soberanía popular. Acentuado por el Gobierno de derecha de Sebastián Piñera, quien llega a la presidencia del país a través de una fuerte campaña comunicacional basada en la amenaza de los costos que significaba que la centroizquierda siguiera en el gobierno y por consiguiente la “venezolanización del país” (a lo menos, paradójico, ya que Santiago presentó un panorama de eternas filas por entrar a supermercados y farmacias una vez iniciado el estallido social), que bajo el lema que venían “tiempos mejores” estructuró un mensaje de ampliación de la calidad de vida de vastos sectores sociales de la población. Si, el mismo que una semana antes del estallido social se vanagloriaba y declaraba a medios nacionales e internacionales que “Chile era un oasis en el continente” en directa relación a la inestabilidad de muchos países de la región, veía como días después Santiago de Chile ardía entre fuego, saqueos y multitudinarias expresiones ciudadanas que alcanzó su pico en la concentración por la dignidad, que alcanzó el millón y medio de personas manifestándose, transformándose en la concentración mas grande de la historia de Chile, superando las concentración por el NO de Octubre de 1988 para derrotar vía plebiscito la dictadura militar.

Este quiebre de la sociedad chilena y la demanda por construir un nuevo marco de acción que permita la construcción de un proyecto país, pone en jaque las tesis políticas que señalaban que la transición a la democracia había concluido con las reformas a la constitución que realizó el gobierno de la Concertación bajo el mandato del socialista Ricardo Lagos. La necesidad de construir un nuevo pacto social y la formulación de una nueva constitución política, dan cuenta que el verdadero fin de la transición a la democracia ha tomado 30 años y que todo lo administrado por los gobiernos de centroizquierda y centroderecha, se orientó mantener y profundizar las desigualdades que se incubaban al interior de nuestra sociedad. Hubo señales previas y el mundo político no las vio ni las escuchó… ¿acaso la crisis del Instituto Nacional (el colegio más emblemático del país y cuna de los presidentes del país) no se entiende desde lo que está pasando ahora?, es momento para sentarse a conversar y definir todos/as juntos un nuevo proyecto de país y humanizar nuestras vidas que han sido mediadas por el mercado transformándonos en consumidores y no en ciudadanos.

La incertidumbre y la dinámica de los acontecimientos nos llevan a preguntarnos a como se sale de esto. Claramente cambiando “el rayado cancha” que es la constitución de 1980 (la de Pinochet) y formular, por primera vez en la historia constitucional nacional, una nueva constitución en democracia. Opción difícilmente asumida por el gobierno de Piñera y sectores pinochetistas de la alianza que apoya al gobierno, buscando fórmulas retorcidas que intenten asumir la demanda ciudadana, pero dentro de los cauces institucionales. Está claro, no se puede gobernar lo que no se conoce y la propuesta de un Congreso constituyente es más de lo mismo, ya que coloca en el poder legislativo la facultad de redacción de la nueva carta magna. Con un gobierno descolocado, derrotado políticamente, desbordado y contradictorio, que insiste en negociar con la clase política (la misma que está desprestigiada) a espaldas de la ciudadanía movilizada, solo es viable avanzar con un plebiscito de entrada como mecanismo que permite realmente incidir desde la movilización. En este contexto, la Asamblea Constituyente es el espacio donde caben todos/as, es la validación del dialogo como principal herramienta de profundización de los cambios que necesita el país, es la exigencia de la ciudadanía que exige cambios y no violencia.

La agenda del país se ha visto alterada al máximo y también las rutinas de los habitantes de la ciudad, seguramente aumentando los preocupantes resultados que mostramos en salud mental, otro regalo del modelo (somos el país con más altos índices de depresión dentro de las economías medias y pobres….y con ausencia de una política pública de salud mental) y girando radicalmente el eje de gestión del gobierno que enfrentaba dos meses claves con la conferencia mundial de medio ambiente (CPO25) y la Reunión APEC, ambos eventos que permitirían mostrar el liderazgo nacional e internacional del Presidente Piñera. Nada de esto ocurrirá, ambas conferencias suspendidas que llevan a pensar que lo que vive Chile no es solo calentamiento global sino un calentamiento social que, si no se aborda, puede generar la profundización total del quiebre social que se observa en el país.

En estos días donde prima la incertidumbre, en que las cotidianidades han sido fuertemente trastocadas, me he preguntado qué hubiese pasado o cual hubiese sido la respuesta de un gobierno progresista a una coyuntura de un quiebre tan radical como el que atravesamos. Porque es claro que el estallido social es frente al modelo de desarrollo y no contra el gobierno (que por su ideología acentúa más dicha critica), que por lo demás se movió siempre en un estado de confort. El ciclo político Bachelet – Piñera, Bachelet – Piñera, que Latino América y el mundo aplaudía como ejemplo de estabilidad política, no es más que la expresión que tanto para la derecha y la centroizquierda chilena resultaba muy cómodo mantener el modelo de desarrollo neoliberal. Para el mundo progresista este estallido social es una interpelación a la cual debe hacer frente, ya que también es responsable de la crisis al ser parte de la administración del mismo modelo desde la recuperación de la democracia, con ciertos maquillajes a la constitución y “humanización” del modelo. En tal sentido, el estallido social chileno, confirma la vieja percepción que la izquierda chilena llega siempre atrasada y en este caso, agravado por la ausencia de un proyecto país que recoja los aspectos más sustantivos de las demandas ciudadana.

Asimismo, la coyuntura permite que los fantasmas del mundo progresista aparezcan e inhiban los verdaderos debates y discusiones que el momento requiere. Uno de los más sustantivos es asumir el debate en torno a la violencia, su denuncia y el diseño de políticas de inteligencia en contextos de democracia, elaborando un enfoque que tenga sentido y termine con la asociación permanente de inteligencia es sinónimo de tortura, desaparecidos y violación sistemática de DDHH. Frente a la ausencia del mundo progresista de estos debates, la agenda pública es controlada por la derecha conservadora, la de la élite chilena, que criminaliza el derecho a la protesta y a manifestarse. Frente a la ola de saqueos, incendios y violencia desatada, la izquierda chilena aturdida responde con ambigüedades propias de un actor político que es parte de la misma crisis estructural. Difícil encontrar la solución en aquellos que son parte del problema.

Dice el dicho que cada generación tienen sus luchas y es cierto, uno observa que esta violencia es diferente a la que hizo nuestra generación (la de los años 80), los contextos definen el carácter de las movilizaciones y protestas, la nuestra fue una violencia contra la dictadura militar, la que se vive en Chile es contra la democracia, por ende, una logra interpretar que lo que se demanda es democratizar la democracia. La ciudadanía no está en las calles pidiendo el modelo chino, venezolano o francés, está por recuperar su dignidad y recuperar su capacidad deliberativa, la gente se cansó de tanto abuso. En definitiva, la calidad de la democracia chilena y latinoamericana es fuerte cuestionamiento.

Asimismo, abre un debate y en especial para el cono sur, que ha construido un proceso de análisis y reflexión sobre la incidencia que tienen los movimientos sociales en nuestra región. El estallido social de Chile da cuenta de la marcada diferencia entre el accionar político de los movimientos sociales y aquel accionar vinculado a ciudadanías activas, que presentan inorganicidad, sin vocerías definidas con una concepción de poder no convencional, que una vez respondida su inquietud o demanda retorna a sus casas y territorios sin vocación asociativa. Lo que vive Chile se asimila mas bien a lo segundo y será necesario seguir profundizando este análisis preliminar.

En la madrugada de hoy, día en el cual termino de escribir estas notas se ha firmado un amplio acuerdo por la paz entre partidos de gobierno y oposición, convocando a una nueva constitución, a través de un plebiscito de entrada que pregunta el mecanismo vía convención mixta (ciudadanos y congresistas) o convención constituyente (elección universal de constituyentes). Las reacciones recién comenzar a emerger, en lo inmediato llama la atención el lenguaje del acuerdo político, se habla de Convención Constituyente y no directamente de Asamblea Constituyente, lo que da matices a sus alcances, pero que mantiene para ambos formatos la presencia de 2/3 para sus acuerdos, con esto se corre el peligro que nuevamente sean los partidos los que copen la participación y una vez más la ciudadanía mire desde la acera contraria, que los mismos de siempre, los que precisamente tienen la peor imagen al interior del país, sean los que definan el nuevo marco institucional. Otro aspecto vital a considerar, que este primer paso dice relación con la agenda política que tiene un itinerario de mediano plazo (plebiscito abril 2020, selección de constituyentes más allá de los dos formatos contemplados para noviembre 2020, nueva constitución en 2021), pero existe la agenda social que es de plazo inmediato (pensiones, salud, educación, transporte, etc.), que si no se avanza en esta dimensión con acciones y señales claras, el estallido social se agudizará y el proceso constituyente se desvanecerá. La gente espera cambios inmediatos en materia social y estas demandas son las que han movilizado a la ciudadanía durante un mes.

Seguramente la realidad supera las posibilidades y alcances de esta reflexión, frente a una crisis estructural como la que vivimos, quedarán muchas aristas no abordadas, pero mas allá de estas consideraciones, los azares de la historia nos ponen nuevamente a prueba, así como una vez fue para ser el inicio de la colonización neoliberal en el continente, ahora pueda ser el inicio de su funeral. La cenicienta de la región agoniza, tiembla el fondo monetario internacional y el banco mundial, se les cae a pedazos el ejemplo que colocan siempre para demostrar los beneficios del modelo. Chile vive un momento y una oportunidad para recuperar la dignidad y enfrentar unidos (en ninguna marcha y concentraciones ha flameado banderas de partidos políticos) este quiebre de la cohesión social….y la pregunta que queda en el aire (con olor a bombas lacrimógenas y neumáticos de barricadas), es que todo lo sucedido y lo que va a suceder, que el costo que hemos pagado con jóvenes heridos, muertes y represión, alcanzará para cambiar la historia.

Santiago de Chile, 15 de Octubre 2019.