Sin duda que la crisis sanitaria (Pandemia) sumado a la crisis política y social (estallido social) que vive nuestro país los últimos nueve meses, interpela fuertemente al rol que tiene la educación en general y la escuela en particular. Ha desnudado sus falencias y los costos que trae por años la priorización por resultados de aprendizajes basado en ranking y pruebas estandarizadas, que ha llevado a la escuela a perder su papel formativo y priorizando la dimensión de estudiante en desmedro de un sujeto de derecho, capaz de asumir sus compromisos con él y su entorno. El tiempo señala que no basta con hacer ajustes curriculares y que la escuela debe asumirse incompleta y abrirse al dialogo con otras formas de conocimientos y, por ende, de aprendizajes vinculados al desarrollo personal.

La Pandemia ha demostrado la fragilidad del ser humano y la necesidad a un actuar colectivo, reconocer que somos dependientes y responsables los unos a los otros y del mundo que vivimos, lo que lleva a comprender a la Escuela como espacio para el dialogo entre distintos saberes y culturas. Por ende, no hay construcción de bien común en la escuela si esta no pone su foco en los aprendizajes socioemocionales. En tal sentido, el aprendizaje socioemocional debe ser una experiencia situada, que permita repensar identidades, haciendo de la escuela, el espacio donde se construyen proyectos de vida y se legitima el derecho a la diferencia. No hay aprendizaje socioemocional en una escuela donde no hay derecho a ser diferente, por lo que la escuela debe ser el espacio ciudadano por excelencia, donde se enseña a buscar soluciones a problemas comunes.

En tal sentido, las habilidades socioemocionales permiten la integralidad en cuanto a formar buenos estudiantes y ciudadanos, a partir de una unidad biológica y cultural que permite la generación de aprendizajes basados en una convivencia democrática, entre personas libres y autónomas, con una ética que permite tomar decisiones responsables y con el respeto por los otros. Se trata en definitiva de ir pensando una escuela centrada en los sentidos y emociones que se orientan a generar y construir el BIEN COMUN. Una escuela que pone su énfasis en la valoración reciproca, del conjunto de actores que componen la comunidad educativa, y que el progreso surge con el otro/a (negando el actual sentido competitivo y la negación del otro para progresar), permitiendo una formación basada en la necesidad de coexistir y convivir, instalando y desarrollando culturas colaborativas sostenidas en los dominios del aprendizaje socioemocional (autoconocimiento, autoregulación, compromiso social, buenas relaciones interpersonales, toma de decisiones responsables) que comprenden que el aprendizaje siempre es una experiencia colectiva y que se requiere dar un giro, enfatizando el desarrollo de competencias adaptativas que faciliten la generación de la noción de comunidad.

Se vienen tiempos complejos y desafiantes, pero esperanzadores para educadores y educadoras que entienden y comprenden que el acto educativo, es una acción de amor y compromiso por el Bien Común.